Abrir varios frentes a la vez no le ha redituado positivamente a Enrique Doger. Sobre todo en los últimos días, cuando ha reiniciado su eterno y obsesivo pleito con, por ejemplo, Javier López Zavala y Omar Álvarez. Y con más encono que nunca.Seguramente Doger, que por cierto mañana celebra su fiesta de cumpleaños, tiene razón en no dejarse de nadie y en practicar la “ley del Talión” (ojo por ojo, diente por diente), incluso si los golpes vienen del gobernador; después de todo, no está manco, es respondón por naturaleza y así –cruenta, salvaje, total– es, ha sido y será la lucha por el poder.
Sin embargo, nunca es tarde para poner un alto y valorar el costo que implica perder el estilo, hacer sonar los tambores de guerra en –juran– tiempos de paz y construirse francamente una imagen de, digamos, peleonero profesional.Desde el inicio de su gobierno, Doger ha logrado altos niveles de aprobación ciudadana, comparados sobre todo con los alcanzados por Marín, especialmente desde febrero de 2006, cuando, víctima de sus errores, le estalló el horroroso caso Cacho –auténtica historia sin fin–.
Por mucho tiempo, Doger se mantuvo estable en la evaluación hacia su persona. En diciembre del año pasado, por ejemplo, llegó a ser aprobado por ni más ni menos que el 72.3% de los capitalinos, cifra verdaderamente envidiable para cualquiera.Empero, hoy las cosas empiezan a ser diferentes. Y es que comienza a registrar una caída sostenida, justamente donde siempre fue fuerte: la aceptación de los habitantes.
Según Opina Consultoría Estratégica, empresa prestigiada y además cercana al propio edil, tan sólo de julio a agosto de este año Doger perdió siete puntos, que son muchos en tan poco lapso.
En otras palabras: si hace un mes su gobierno era felizmente aprobado por el 65.7% de los habitantes, ahora sólo lo hace el 58.8%.
¿Por qué?
Podrá decirse misa. Es decir, argumentarse que la caída obedece a múltiples y variadas razones, como el natural desgaste por el ejercicio del poder, la obvia curva descendente ante la proximidad del fin de su trienio y la aparición y alta movilidad de los candidatos a sucederlo, pero los especialistas (o por lo menos con los que suele hablar este columnista) la adjudican a un solo y único factor: las constantes peleas que libra Doger contra enemigos naturales (como Zavala o Javier García Ramírez) e incluso contra aliados coyunturales (como Rafael Moreno Valle), por citar algunos de una larga, larga lista.
Nadie dice que la caída, su caída en aprobación, sea peor que la de Roma, o que vaya a ser permanente.Tampoco que doble sus manitas, se disfrace de la madre Teresa de Calcuta, le entre a la onda de “¿Qué hora es?” (la que usted diga, señor Marín) y deje de defenderse.
Simplemente que quizá sea una buena idea llegar a la misma meta por otros caminos y atajos (dice Sun Tzu que el supremo arte de la guerra es doblegar al enemigo sin luchar), dejar de abrir tantos frentes a la vez (tarde o temprano se le van a juntar todos para responderle) y sobre todo evitar él ir a todas y encararlas todas, pues, por cierto, Doger es el único, realmente el único, que defiende a Doger, y ello le causa un enorme, enorme desgaste que, como digo, ya se está reflejando en las últimas encuestas de opinión ciudadana. Como diría el clásico:
¿Pero qué necesidad?
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