Doger vs Marín, la historia sin fin
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En la vida suele ocurrir que lo que empieza mal, termina peor. Es prácticamente una regla no escrita de la existencia humana. Pasa en los indescifrables terrenos del amor. Y ya no se diga en los tenebrosos y retorcidos asuntos del poder.
La relación entre Enrique Doger y Mario Marín es un buen ejemplo de que aquello que no marcha bien desde un principio, menos marchará mejor al final.
El mensaje de menosprecio y vacío político enviado ayer por el gobernador al ausentarse deliberadamente del tercero y último informe del alcalde de Puebla, es más que claro; no se requiere ser mago para saber que la omisión no fue un descuido o un problema de agenda.
En el segundo informe, el pretexto fue un viaje a Alemania; ahora, un súbito periplo –del que sólo unos cuantos sabían– por San Antonio, Texas, y su presencia de ¿última hora? en el informe del edil de ¡Huejotzingo!, José Juan Trinidad Morales. ¿Requiere más explicaciones el desdén? ¿Acaso alguien dejó de ver el castigo con el látigo de su desprecio? ¿Y las señales de humo que presagian tormenta?
Historia sin fin, pesadilla circular, los permanentes desencuentros, rivalidades y ataques entre ambos serían materia de un libro entero; no sé si de ciencia política, metafísica de las costumbres –como el de Kant– o psiquiatría, pero de que Marín y Doger terminan divididos, enconados y por ende como enemigos, no hay una sola duda. Y es que, como digo, empezaron mal y terminan peor. ¿Pero alguien esperaba otra cosa? Novedad, sorpresa, noticia hubiese sido que sucediese todo lo contrario.
Cortados por la misma tijera, uno casi retrato del otro, polos que se atraen tanto como se repelen, y finalmente personajes que abrevan de la misma fuente de pasiones, obsesiones y ambiciones, Doger y Marín pueden elogiarse mutuamente en público, entregarse cuantas copias de la Cédula Real sean posibles y posar mil veces para la foto dándose un fuerte abrazo y sonriendo para la posteridad, pero la suya es de esas relaciones que murieron al nacer de muerte natural y que, por eso, por haber muerto desde un inicio, ya no tienen remedio, como no tiene ni tendrá tregua la desencarnada lucha por el poder en Puebla.
Uno quiso ser rey absoluto y el otro no quiso ser súbdito. En el camino, se encontraron; y al encontrarse, chocaron. Chocaron para fragmentarse, y tanto que hoy es imposible volver a juntar los pedazos sueltos, regados en el piso.
En ese contexto, lea lo que escribí aquí mismo el 26 de enero de 2005 –cuando Marín y Doger eran apenas gobernador y alcalde electos– y al finalizar saque usted, por favor, sus propias conclusiones sobre una relación que no tiene más futuro que la venganza, el ajuste de cuentas y, quizá, el exterminio:
¿Por qué no llevó Marín a Doger a su reciente viaje a EU? ¿Debió invitarlo? Después de todo, ¿no fue Marín por inversiones para el estado y, también, para la ciudad que pronto Doger gobernará? O más bien, como muchos dogeristas aseguran, ¿las relaciones ya no son las mejores y la exclusión fue deliberada? ¿Cómo se hubiese interpretado su inclusión? ¿Como buena señal de conciliación y cohabitación entre dos grupos con cuentas pendientes? O peor, como juran los marinistas, ¿como un mensaje para que Doger entienda que no será sino, como el resto de los convocados, mero empleado del próximo gobernador?
Hoy, sí, las dudas y las sospechas están nuevamente entre dogeristas y marinistas, y ya suenan –otra vez– los tambores de guerra. Casi nadie duda que el choque de trenes entre Marín y Doger se dará forzosamente. Lo que no se sabe es cuándo exactamente. Pero de que chocarán, chocarán. Tarde o temprano. Está escrito en el Apocalipsis local.
Y vaya disyuntiva que tiene Doger por delante. Decidir cómo la va a jugar. ¿Será súbdito, como el resto de los ediles del PRI? ¿O, al contrario, autónomo, con proyecto, además, político propio? ¿Utilizará el teléfono rojo y lo contestará (“… a sus órdenes, jefe”) cada vez que suene? ¿O (el teléfono) sufrirá descomposturas?
¿Entenderá Doger que en estos pequeños grandes virreinatos que son los estados, el gobernador es uno solo? Si en campaña, en algún mitin, Marín advirtió que jalará las orejas a los alcaldes que fallen, ¿la amenaza se aplicará, también, a Doger? ¿Y éste, por cierto, se dejará? ¿O, por el contrario, se rebelará?
Según los agoreros del desastre, las hostilidades ya iniciaron. Se intensificarán cuando, por necesidad política, Doger ponga su gabinete a consideración de Marín (¿le respetarán la Tesorería?, ¿cederá posiciones a miembros de la familia Marín?). Y ya no tendrán reversa cuando el gobernador decida quién será rector de la UAP (…)
Según los pocos melquiadistas que todavía quedan, Marín no fue, como alcalde, precisamente cortés con el gobernador (Melquiades Morales), lo que –irónicamente– más le ayudó que perjudicó para construir su candidatura. Ahora, como omnipotente gobernador, ¿tolerará, de haberlas, insubordinaciones de Doger? O más bien, ¿se irá con todo contra quien desde hoy trabaja para sucederlo?
Está por verse. Por verse, sí, quién gana esta guerra absoluta por el poder, también absoluto, que ya está entre nosotros. ¿O acaso alguien duda que ya está entre nosotros? (sic)
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